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En menos de tres años, Rusia acogerá la XXI Copa del Mundo FIFA. Cientos de miles de aficionados rusos esperan ansiosos su llegada y los preparativos avanzan a toda marcha.

Se ha comenzado con la construcción de los nuevos estadios y reconstrucción de los existentes, y los trabajos están muy avanzados. Además de estas obras, cada una de las once ciudades anfitrionas están realizando importantes inversiones en infraestructuras hoteleras y de transportes.

Normalmente, la previsión de un acontecimiento de tanta escala suele ser muy optimista; anuncios televisivos para la promoción de ciudades, desarrollo del sector turístico y hotelero, ventajas a largo plazo asociadas a las infraestructuras nuevas e instalaciones deportivas modernas y flexibles. No cabe duda de que el Mundial traerá también muchas otras ventajas no cuantificables a Rusia y las ciudades anfitrionas, por no hablar del orgullo nacional que supone acoger con éxito un evento internacional de alto nivel. Sin embargo, la experiencia de otras Copas del Mundo recientes sugiere que muchas ciudades anfitrionas rusas, sobre todo las que se encuentran en las regiones de menor tamaño, tendrán que lidiar con serios problemas económicos durante muchos años.

Los estadios modernos pueden ser instalaciones muy caras de construir y mantener, y es frecuente que permanezcan vacíos o infrautilizados durante gran parte del año, convirtiéndose en un agujero para los presupuestos locales de los anfitriones anteriores. Esta situación suele surgir cuando el tamaño de los estadios construidos o rehabilitados se basa en los requisitos de capacidad de personas establecido por la FIFA y ocasiona un exceso de oferta que supera la demanda de la ciudad o región. Las buenas prácticas consisten en diseñar un estadio cuya capacidad se atenga a la demanda local a largo plazo en vez de acomodar un acto puntual el cual es improbable que se repita.

El desarrollo de estadios de alta capacidad en las capitales es más probable que sea sostenible desde un punto de vista económico ya que serán los estadios locales de los mejores equipos de la liga rusa, a los que asisten periódicamente decenas de miles de seguidores, sin embargo en las regiones más pequeñas hay una mayor probabilidad de que esos estadios estén infrautilizados. La experiencia sudafricana, japonesa/coreana y brasileña ha demostrado que los grandes estadios en ciudades y comunidades pequeñas o “no futboleras” están muy infrautilizados o incluso abandonados. Las primeras señales apuntan a que Rusia podría enfrentarse al mismo escenario en algunas de estas regiones.

Tanto Japón como Corea experimentaron problemas de poco uso de dichas instalaciones derivados del Mundial 2002. El exceso de capacidad de las instalaciones de Japón surgió porque decidieron construir y utilizar una serie de estadios nuevos para el Mundial 2002 en vez de usar los existentes, que eran perfectamente aptos e incluso figuraban en su propuesta no ganadora para el Mundial de 2022. El estadio del Mundial de Seúl (Sangam) se inauguró en 2001 con un aforo de 67.000 personas y es la sede del club de fútbol de Seúl y la selección de Japón. No obstante, la ocupación raras veces supera el 35%, incluso durante los partidos del conjunto nacional.

En Sudáfrica se construyeron cinco estadios nuevos para el evento de 2010 con capacidad para 45.000 visitantes cada uno, pero la asistencia media incluso durante la liga de fútbol local más importante no suele pasar de los 7.000. También debe añadirse que incluso antes del Mundial, al fútbol le costaba atraer a grandes multitudes porque por tradición el rugby es el deporte más popular en Sudáfrica. El estadio Moses Mabhida de Durban se ha diversificado tras el Mundial mediante la organización de ferias periódicas en el recinto del estadio, el desarrollo de una plataforma de SkyCar y visionado, y la actividad de “puenting” desde el arco del estadio. Pese a estas iniciativas, la prensa local suele especular con que el estadio podría demolerse o redesarrollarse para el comercio.

Incluso en Brasil, anfitriona del Mundial 2014 y uno de los países líderes del fútbol mundial, algunos estadios ya se están descuidando. El equipo de fútbol de Cuiaba solo juega en tercera división y no puede mantener las 40.000 plazas del Arena Pantanal.

Lo mismo ocurre con las 43.000 localidades del Amazon Arena, sede del club Nacional de Manaus, que juega en el campeonato regional de Amazonia, similar en escala a un campeonato de una única región de Rusia.

Para evaluar el pronóstico a largo plazo de los estadios en construcción en las regiones, AECOM comparó el aforo de los estadios por cada 1.000 habitantes en las principales capitales europeas en la fase de operación y uso posterior a la Copa del Mundo (“legacy operation mode”*). Esta sencilla comparación indica que los aforos de algunas instalaciones del Mundial 2018 podrían ser excesivas y superar las de ciudades con mayor reconocimiento en el mundo del Futbol. Por ejemplo, en Londres y Madrid el porcentaje del aforo es de 50 o 60 plazas por cada 1.000 residentes, y en Milán casi llega a 70. En comparación, en Saransk y Kaliningrado, ciudades pequeñas con poca tradición futbolística, habrá más de 100 plazas por cada 1.000 residentes, teniendo en cuenta los estadios actuales de fútbol.

Aun así, la viabilidad económica de los estadios no se limita únicamente a la oferta sino que también depende seriamente de la demanda local y esto suele obtenerse mediante una asistencia óptima y constante a los partidos de fútbol nacionales. El análisis de las asistencias históricas en Rusia indica que en los equipos regionales que no participan en la primera división, la asistencia media en los partidos locales casi nunca supera las 4.000 personas. Incluso en la liga rusa, solo el Spartak y el Rubin pueden alcanzar asistencias que superaron 20.000 espectadores en la temporada 2014/2015.

En este sentido, el aforo medio previsto de los estadios de Volgogrado y Nizhny Novgorod después de la Copa del Mundo variará entre el 10% y el 20%, y podría alcanzar el 60% para los clubes regionales más populares, como el Ural de Yekaterinburg o el Krylia Sovetov de Samara. En comparación, en España este indicador del aforo puede llegar al 70% y en Alemania e Inglaterra supera el 90%. Con unos niveles de asistencia inferiores al 20% en los estadios rusos y unos niveles de precio de las entradas de los más bajos de Europa, generar ingresos suficientes apenas para cubrir los gastos de operación o incluso el coste de la financiación es prácticamente improbable. Mejorar los niveles de ocupación de Rusia exigirá una mejora importante de la calidad del fútbol y el marketing del deporte, sobre todo dada la popularidad del hockey sobre hielo y el baloncesto.

Ante estos retos, los estadios modernos y sostenibles no deben limitarse a acoger partidos de fútbol o rugby sino también conciertos y una amplia gama de actos lúdicos como los “X Games” y otros campeonatos de deportes extremos, exhibiciones de “Monster Truck” y festivales. Desarrollar una programación más diversa lleva su tiempo y exige conocimientos, y cuesta imaginarse que algunas ciudades anfitrionas de Rusia sean capaces de desarrollar un programa lúdico tan intensivo, al menos durante los primeros años siguientes al Mundial. El estadio Otrkritie Arena de Moscú, por ejempló, finalizado en agosto de 2014 y gestionado a un alto nivel, no acogió su primer concierto hasta junio de 2015. Las estrellas internacionales capaces de llenar estadios hasta su capacidad apenas visitan las ciudades regionales y habrá que esperar hasta que las ciudades regionales rusas de más de un millón de habitantes puedan incluirse en las giras de conciertos y otros eventos.

El tiempo es otro factor importante en Rusia, donde el clima impide organizar conciertos al aire libre durante al menos cinco meses al año.
Según los cálculos de AECOM, costará unos 600 millones de rublos al año gestionar un estadio regional típico con aforo para 45.000 personas, el 50% en impuestos inmobiliarios y del suelo gravados por el ayuntamiento.

Por otro lado, los ingresos de los estadios derivados de la asistencia mencionada antes se calculan en menos de 400 millones de rublos al año. La diferencia tendrá que compensarse a través de los presupuestos locales o mediante la reducción legislativa de impuestos al estadio, que es también una carga para el presupuesto municipal.

Está claro que hay razones de sobra para preocuparse por el futuro de muchos estadios del Mundial de Rusia y sus consecuencias a largo plazo para los presupuestos locales. Por lo tanto, ¿qué medidas podrían tomarse para evitar los estadios marcadamente infrautilizados de Brasil, Japón y Sudáfrica? Creemos que deberían tomarse las siguientes medidas de forma inmediata:

  • Estudiar la posibilidad de reducir el aforo del legado durante las fases de diseño y concepto arquitectónico, a través de un mayor uso del solapamiento temporal.
  • Programar un planteamiento multifuncional que garantice la máxima flexibilidad para el estadio y los recintos adyacentes, especialmente en los lugares y territorios inaugurados después de la Copa del Mundo.
  • Cooperar estrechamente con un operador experto de estadios, especialmente durante el periodo “transicional” más complicado, a los 18-24 meses después del Mundial.
  • Formar un equipo específico de marketing y gestión de eventos que planifique, desarrolle y ejecute un calendario exhaustivo de actos y programa de entretenimiento para el estadio con el fin de maximizar su uso todo el año.
  • Combinar todas las medidas enumeradas antes.

El desafío para Rusia en 2018 es evitar que se encamine en la misma dirección que Brasil y otros anfitriones previos, y con un coste de construcción estimado por localidad de casi el doble que Brasil, la presión para lograr la estabilidad post-torneo es alta.

Pensando en el futuro, aunque los países anfitriones son responsables de elegir qué ubicaciones se incluirán en sus propuestas, la FIFA debe participar también junto con los países en la selección correcta de las ubicaciones desde el principio, con un énfasis mucho mayor en la sostenibilidad posterior. Los países anfitriones también deben aprovechar más las instalaciones existentes en vez de edificar nuevas construcciones las cuales tiene pocas posibilidades de desempeñar un papel relevante en la vida deportiva o cultural una vez finalizado el Mundial.